Sentado cómoda y
placenteramente al lado de mi familia, asistiendo al íntimo y a su vez concurrido
acto de graduación de mi hija mayor, (Carolina), escuchaba atentamente ayer
viernes 22 de junio de 2018 en el auditórium de la ya extinta sede de Caja
Granada, hoy la foránea y ajena Bankia, las
enriquecedoras palabras que el Gerente de la ESCO (Escuela Superior de
Comunicación) de Granada, Miguel Ángel Rodriguez Pinto, dirigía a sus alumnos
en un intento loable de dejar en ellos,
de forma imperecedera, alguna huella de su emotivo discurso bajo el
prisma de una vida luchadora y experimentada al frente de la actividad docente
que preside y que ayer clausuraba en el presente ejercicio, sabedor de la transcendencia
del momento para los que hasta ahora han sido sus pupilos.
“Las manos”,
pronunció con energía, desde sus años dedicados a la comunicación y oteando el
futuro de las nuevas tecnologías y del mundo venidero al que han de enfrentarse
esos proyectos de personas que han moldeado sus profesores durante estos cuatro
años; “las manos”, sí, las manos, son lo que marcan la excelencia del ser
humano, algo irremplazable ni tan siquiera por la tecnología dijo. Las manos y
el tacto refirió, el vehículo de comunicación, digo yo, más primitivo del ser humano
(antes incluso del habla, que también nos hace excelsos). Desconozco el efecto
de esas palabras en los alumnos, a mi desde luego me zarandearon como si mi
cerebro fuese el epicentro de un terremoto- Miguel Ángel, sin saberlo,
pronunció la palabra mágica que llevaba
esperando dormida en mente para escribir sobre algo tan alejado del acto al que
asistía como era la muerte del doctor Don Ramón Vila y la tauromaquia, sí, la
tauromaquia, esa de la que algunos abominan en la actualidad y que por cierto
tanto ha dado y regalado al lenguaje, a la literatura, al arte, al periodismo,
a la cultura, -y a la comunicación-, toma nota Miguel Ángel, el periodismo y la
comunicación le deben muchas contribuciones a la tauromaquia y es momento de
devolverle su generosidad pues ésta no ha salido sino del alma misma del
pueblo que habita, al igual que el toro,
esta tierra nuestra; no estaría de más introducirla en
<periodismo/comunicación> en la Escuela Superior que tanto amas.
Dejando atrás una
periscópica mirada al faraónico patio central de alabastro, -tan triste como su
actual soledad-, me marchaba de la clausura pensando en las manos, en esas
manos que habían construido pieza a pieza ese inmenso edificio, esas mismas
manos del hombre de las que Pinto resaltaba sus atributos inmutables para
tocar, para sentir, para abrazar, para consolar a otros seres, para trabajar y
para amar; manos que aunque capaces de lo peor, sin embargo materializan todo
el potencial inmenso del ser humano, la sublimación del mismo a través de las
manos.
27 pequeños huesos y multitud de terminaciones
nerviosas componen la complejidad de las manos, no podía ser de otra forma,
pues estando contradictoriamente tan alejadas del todopoderoso cerebro, sin
embargo, paradojas del creador, son las portadoras y transmisoras de la mayor y
más profunda sensibilidad del ser humano, y
en cuya huella final está nuestro único e irrepetible sello de
identidad. No fue casualidad que el gran Michelangelo Buonarroti sobre los años
1508 a 1512 pintara, con sus manos, el magnífico techo de la capilla Sixtina a
petición del papa Julio II, y que su desobediente fresco sobre el origen del
hombre, “la creación de Adán”, referido al Génesis, fuese representado con un
Dios Creador, hacedor de vida, la humana, a través del impulso de sus manos, solo a un genio como él, que conocía
muy bien lo que era desnudar su alma mediante el suave trazo del pincel asido a
sus artísticas manos, podía representar la vida en dos dedos, en dos manos, la
del creador y la del hombre, que se separan y se unen a la vez como parte de la
misma materia o quizás del mismo soplo
de vida, que se marchan y regresan en la
misma mirada.
Y es que sin la sensibilidad
de las manos el homo sapiens no hubiese levantado la mirada y dominado el
entorno, no se habría entregado al arte rupestre como el encontrado en las
maravillosas cuevas de Chauvet en Francia en dónde ya representaban la lucha
del hombre con el animal, no habría surcado los mares en laboriosas
embarcaciones, ni habría volado hasta el universo inimaginable, ni por supuesto
habría enterrado a sus muertos ni honrado su memoria en las entrañas de las
fastuosas construcciones funerarias.-
Las manos, sí, las manos,
que me cogieron al nacer, que acariciaron mi niñez, las cálidas de mi madre que
aún hoy me apaciguan, las firmes y seguras de mi padre que también ahora las
sueño y las siento (hoy las recuerdo en la graduación de mi hija y que el
destino ha querido coincida con la fecha de su fallecimiento hace ya veintiséis
años), las dulces y amorosas manos de mi mujer y las frágiles aún de mis hijas.
Las manos que un día te bautizan, las manos que rezan y suplican, las manos que
se estrechan, las que abrazan, las que insinúan, las que consuelan, las que mitigan
el dolor, las que aman y las que un día cerrarán nuestros ojos. No hay más
humanidad por encima de lo que nuestras manos expresan. Manos para cazar, manos para domesticar,
manos para labrar, manos para trabajar, y sobre todo manos para CREAR,…..,
manos para modelar, para esculpir, para pintar, para hacer música, para
teatralizar, para escribir, para curar, manos firmes y sensibles para expresar
el alma, manos para TOREAR.-
Se lo escuché a José María Manzanares
padre, “se torea con las yemas de los
dedos”, se torea con las muñecas y con los dedos, es decir, se torea con
las manos. Si la cultura es la creación de un todo imaginario del hombre
entregado a expresar sus más sinceros y profundos sentimientos que justifiquen o den sentido a la vida, el
toreo es cultura y las manos su delicado
soporte. Nuestro querido Federico García Lorca ya se pronunció sobre el toreo como la mayor
expresión cultural y artística de este país, poco aprovechado además, por su
fuerza expresiva, por su autenticidad inigualable a cualquier otra y su poética belleza. Las pequeñas manos del
escritor, autor de la fantástica elegía a la muerte del torero y amigo Ignacio
Sánchez Megías, expresaban su llanto “tan tremendo con las últimas banderillas de
tinieblas”; el llanto a través de sus poéticas manos. Lorca encauzaba el
dolor íntimo y tremendo de la muerte de alguien querido deslizándolo a través
de su lápiz y descargaba en sus manos y sus dedos toda su pasión por un
valiente andaluz, torero y artista, caído en las astas de “granadino”, -casualidades
del destino-, el toro de Ayala que cinceló los hermosos versos del gran poeta de
Granada.
Y es que el artista, el poeta
y el torero se expresan con sus delicadas manos, la convulsión vital del poeta
se desliza a través de su pluma como el torero recoge la violenta embestida del
animal en el recibidor suave y valeroso de sus templadas manos,
dibujando-escribiendo bellas figuras, excelsos poemas, alrededor de la quietud
de su cuerpo.
Por eso Orson Welles en
algún momento de su vida reconoció haberse sentido torero, no solo como
becerrista que lo fue, sino como parte de su expresión como cineasta. Y no
puede extrañarnos que Miguel Hernández dejara los más bellos y sentidos poemas
de amor en la España negra sintiéndose torero, amando los toros como los amaba.
Ni es posible entender si no es a través del vínculo espiritual de las manos
que Rafael Alberti se vistiera de luces en una ocasión para sentir en sus manos
ceñidas al capote de paseo el sentimiento embriagador del torero al salir a la
plaza. Todos ellos se sintieron toreros, sin embargo a mí el que más me ha
atraído siempre fue Federico García Lorca, no sólo escribió sobre el toreo, y
dio conferencias en Estados Unidos o Buenos Aires, “el juego y teoría del duende”, uniendo dos artes y cantando el
ángel y el demonio que todo duende esconde, -lo dramático y lo negro tiene
duende decía-, sabía muy bien lo que escribía, y es que Lorca fue más allá, y
no obvió la diferencia entre el imaginario drama de lo escrito y el real de la
tauromaquia, -que los toros hieren-, que el torero ha de sentirse herido para
poder proclamarse matador de toros, poeta. Fue en Buenos Aires en el año 1933,
acababa de llegar en barco y al día siguiente en la mismísima habitación del
hotel, postrado aún en la cama por el viaje, ante el fogonazo de magnesio de un
fotógrafo cuando realizaba una entrevista, dijo: “ya ven Vds., vengo a Buenos Aires de torero herido… estoy como esos
toreros postrados, desgarrados, después de la lucha mitológica, que sonríe a
los fotógrafos desde el lecho”. Crítica (Buenos Aires) el 14-10-1933. Aquí
Lorca prefirió ser torero, ser artista sí, pero sentirse herido como no puede
sentirse en ninguna otra expresión artística que no sea tan real como la del
toreo.
Año 2018, 13 de mayo,
Antonio Lorca, otro Lorca, periodista del País, entrevista a Don Ramón Vila,
quizás una de las últimas entrevistas regaladas por el magnífico cirujano antes
de su muerte. 80 años de edad, cirujano jefe de la Real Maestranza de
Caballería de Sevilla durante 32 años, más de 1.500 toreros han pasado por el quirófano, por sus manos,
por sus salvadoras manos, por sus milagrosas y curativas manos.
“yo
siempre me he sentido torero, y la pena que tengo es que no he sido capaz de
ponerme delante de un toro, pero por
dentro, soy torero, torero, torero…. Médico-torero”. 85
años separan las palabras de Lorca en Buenos Aires de las pronunciadas por el
magnífico cirujano, y sin embargo, ambos, artistas en su profesión, fieles
exponentes de la destreza de sus manos, sintieron a través del tiempo un mismo
sentimiento, el del torero, “sentimiento”, es lo que decía el doctor Ramón Vila
que hacía diferentes a los toreros del resto de mortales. Y es que sus manos,
Sr. Vila, eran toreras. Y hoy ningún paciente que haya pasado por su quirófano
de la Maestranza puede mirarse al espejo y no ver sus diestras manos Sr. Vila,
como tampoco hoy leyendo los versos de Lorca puede uno no pensar en sus
delicadas manos entregadas al lápiz y al papel expresando todo el sentimiento
torero del poeta. Y éste, mi pequeño
homenaje al magnífico cirujano, ha acabado con una oda a las manos, a esa
increíble humanidad que hay en ellas, y que Miguel Ángel Rodríguez Pinto acertó
a destacar ayer como lo sublime en el ser humano y como dedicatoria a sus
alumnos, entre ellos, mi hija, “las
manos”, claro, “las manos”, “no lo olvides hija”…...
Sólo cabe aplaudir, reconocimiento voluntario y hondamente sentido que,lógicamente, se realiza con las manos. AE
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