lunes, 2 de julio de 2018


LAS  MANOS


 

Sentado cómoda y placenteramente al lado de mi familia, asistiendo al íntimo y a su vez concurrido acto de graduación de mi hija mayor, (Carolina), escuchaba atentamente ayer viernes 22 de junio de 2018 en el auditórium de la ya extinta sede de Caja Granada, hoy la foránea y ajena Bankia,  las enriquecedoras palabras que el Gerente de la ESCO (Escuela Superior de Comunicación) de Granada, Miguel Ángel Rodriguez Pinto, dirigía a sus alumnos en un intento loable de dejar en ellos,  de forma imperecedera, alguna huella de su emotivo discurso bajo el prisma de una vida luchadora y experimentada al frente de la actividad docente que preside y que ayer clausuraba en el presente ejercicio, sabedor de la transcendencia del momento para los que hasta ahora han sido sus pupilos.   
Las manos”, pronunció con energía, desde sus años dedicados a la comunicación y oteando el futuro de las nuevas tecnologías y del mundo venidero al que han de enfrentarse esos proyectos de personas que han moldeado sus profesores durante estos cuatro años; “las manos”, sí, las manos, son lo que marcan la excelencia del ser humano, algo irremplazable ni tan siquiera por la tecnología dijo. Las manos y el tacto refirió, el vehículo de comunicación, digo yo, más primitivo del ser humano (antes incluso del habla, que también nos hace excelsos). Desconozco el efecto de esas palabras en los alumnos, a mi desde luego me zarandearon como si mi cerebro fuese el epicentro de un terremoto- Miguel Ángel, sin saberlo, pronunció la palabra mágica que  llevaba esperando dormida en mente para escribir sobre algo tan alejado del acto al que asistía como era la muerte del doctor Don Ramón Vila y la tauromaquia, sí, la tauromaquia, esa de la que algunos abominan en la actualidad y que por cierto tanto ha dado y regalado al lenguaje, a la literatura, al arte, al periodismo, a la cultura, -y a la comunicación-, toma nota Miguel Ángel, el periodismo y la comunicación le deben muchas contribuciones a la tauromaquia y es momento de devolverle su generosidad pues ésta no ha salido sino del alma misma del pueblo  que habita, al igual que el toro, esta tierra nuestra; no estaría de más introducirla en <periodismo/comunicación> en la Escuela Superior que tanto amas.
Dejando atrás una periscópica mirada al faraónico patio central de alabastro, -tan triste como su actual soledad-, me marchaba de la clausura pensando en las manos, en esas manos que habían construido pieza a pieza ese inmenso edificio, esas mismas manos del hombre de las que Pinto resaltaba sus atributos inmutables para tocar, para sentir, para abrazar, para consolar a otros seres, para trabajar y para amar; manos que aunque capaces de lo peor, sin embargo materializan todo el potencial inmenso del ser humano, la sublimación del mismo a través de las manos.
 27 pequeños huesos y multitud de terminaciones nerviosas componen la complejidad de las manos, no podía ser de otra forma, pues estando contradictoriamente tan alejadas del todopoderoso cerebro, sin embargo, paradojas del creador, son las portadoras y transmisoras de la mayor y más profunda sensibilidad del ser humano, y  en cuya huella final está nuestro único e irrepetible sello de identidad. No fue casualidad que el gran Michelangelo Buonarroti sobre los años 1508 a 1512 pintara, con sus manos, el magnífico techo de la capilla Sixtina a petición del papa Julio II, y que su desobediente fresco sobre el origen del hombre, “la creación de Adán”, referido al Génesis, fuese representado con un Dios Creador, hacedor de vida, la humana, a través del impulso de sus  manos, solo a un genio como él, que conocía muy bien lo que era desnudar su alma mediante el suave trazo del pincel asido a sus artísticas manos, podía representar la vida en dos dedos, en dos manos, la del creador y la del hombre, que se separan y se unen a la vez como parte de la misma materia o quizás del mismo  soplo de vida, que se marchan  y regresan en la misma mirada.
Y es que sin la sensibilidad de las manos el homo sapiens no hubiese levantado la mirada y dominado el entorno, no se habría entregado al arte rupestre como el encontrado en las maravillosas cuevas de Chauvet en Francia en dónde ya representaban la lucha del hombre con el animal, no habría surcado los mares en laboriosas embarcaciones, ni habría volado hasta el universo inimaginable, ni por supuesto habría enterrado a sus muertos ni honrado su memoria en las entrañas de las fastuosas construcciones funerarias.-

 



Las manos, sí, las manos, que me cogieron al nacer, que acariciaron mi niñez, las cálidas de mi madre que aún hoy me apaciguan, las firmes y seguras de mi padre que también ahora las sueño y las siento (hoy las recuerdo en la graduación de mi hija y que el destino ha querido coincida con la fecha de su fallecimiento hace ya veintiséis años), las dulces y amorosas manos de mi mujer y las frágiles aún de mis hijas. Las manos que un día te bautizan, las manos que rezan y suplican, las manos que se estrechan, las que abrazan, las que insinúan, las que consuelan, las que mitigan el dolor, las que aman y las que un día cerrarán nuestros ojos. No hay más humanidad por encima de lo que nuestras manos expresan.  Manos para cazar, manos para domesticar, manos para labrar, manos para trabajar, y sobre todo manos para CREAR,….., manos para modelar, para esculpir, para pintar, para hacer música, para teatralizar, para escribir, para curar, manos firmes y sensibles para expresar el alma, manos para TOREAR.-
 
Se lo escuché a José María Manzanares padre, “se torea con las yemas de los dedos”, se torea con las muñecas y con los dedos, es decir, se torea con las manos. Si la cultura es la creación de un todo imaginario del hombre entregado a expresar sus más sinceros y profundos sentimientos  que justifiquen o den sentido a la vida, el toreo es  cultura y las manos su delicado soporte. Nuestro querido Federico García Lorca  ya se pronunció sobre el toreo como la mayor expresión cultural y artística de este país, poco aprovechado además, por su fuerza expresiva, por su autenticidad inigualable a cualquier otra  y su poética belleza. Las pequeñas manos del escritor, autor de la fantástica elegía a la muerte del torero y amigo Ignacio Sánchez Megías,  expresaban su llanto “tan tremendo con las últimas banderillas de tinieblas”; el llanto a través de sus poéticas manos. Lorca encauzaba el dolor íntimo y tremendo de la muerte de alguien querido deslizándolo a través de su lápiz y descargaba en sus manos y sus dedos toda su pasión por un valiente andaluz, torero y artista, caído en las astas de “granadino”, -casualidades del destino-, el toro de Ayala que cinceló los hermosos versos del gran poeta de Granada.
 
 Y es que el artista, el poeta y el torero se expresan con sus delicadas manos, la convulsión vital del poeta se desliza a través de su pluma como el torero recoge la violenta embestida del animal en el recibidor suave y valeroso de sus templadas manos, dibujando-escribiendo bellas figuras, excelsos poemas, alrededor de la quietud de su cuerpo.
Por eso Orson Welles en algún momento de su vida reconoció haberse sentido torero, no solo como becerrista que lo fue, sino como parte de su expresión como cineasta. Y no puede extrañarnos que Miguel Hernández dejara los más bellos y sentidos poemas de amor en la España negra sintiéndose torero, amando los toros como los amaba. Ni es posible entender si no es a través del vínculo espiritual de las manos que Rafael Alberti se vistiera de luces en una ocasión para sentir en sus manos ceñidas al capote de paseo el sentimiento embriagador del torero al salir a la plaza. Todos ellos se sintieron toreros, sin embargo a mí el que más me ha atraído siempre fue Federico García Lorca, no sólo escribió sobre el toreo, y dio conferencias en Estados Unidos o Buenos Aires, “el juego y teoría del duende”, uniendo dos artes y cantando el ángel y el demonio que todo duende esconde, -lo dramático y lo negro tiene duende decía-, sabía muy bien lo que escribía, y es que Lorca fue más allá, y no obvió la diferencia entre el imaginario drama de lo escrito y el real de la tauromaquia, -que los toros hieren-, que el torero ha de sentirse herido para poder proclamarse matador de toros, poeta. Fue en Buenos Aires en el año 1933, acababa de llegar en barco y al día siguiente en la mismísima habitación del hotel, postrado aún en la cama por el viaje, ante el fogonazo de magnesio de un fotógrafo cuando realizaba una entrevista, dijo: “ya ven Vds., vengo a Buenos Aires de torero herido… estoy como esos toreros postrados, desgarrados, después de la lucha mitológica, que sonríe a los fotógrafos desde el lecho”. Crítica (Buenos Aires) el 14-10-1933. Aquí Lorca prefirió ser torero, ser artista sí, pero sentirse herido como no puede sentirse en ninguna otra expresión artística que no sea tan real como la del toreo.
Año 2018, 13 de mayo, Antonio Lorca, otro Lorca, periodista del País, entrevista a Don Ramón Vila, quizás una de las últimas entrevistas regaladas por el magnífico cirujano antes de su muerte. 80 años de edad, cirujano jefe de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla durante 32 años, más de 1.500 toreros  han pasado por el quirófano, por sus manos, por sus salvadoras manos, por sus milagrosas y curativas manos.
“yo siempre me he sentido torero, y la pena que tengo es que no he sido capaz de ponerme delante  de un toro, pero por dentro, soy torero, torero, torero…. Médico-torero”. 85 años separan las palabras de Lorca en Buenos Aires de las pronunciadas por el magnífico cirujano, y sin embargo, ambos, artistas en su profesión, fieles exponentes de la destreza de sus manos, sintieron a través del tiempo un mismo sentimiento, el del torero, “sentimiento”, es lo que decía el doctor Ramón Vila que hacía diferentes a los toreros del resto de mortales. Y es que sus manos, Sr. Vila, eran toreras. Y hoy ningún paciente que haya pasado por su quirófano de la Maestranza puede mirarse al espejo y no ver sus diestras manos Sr. Vila, como tampoco hoy leyendo los versos de Lorca puede uno no pensar en sus delicadas manos entregadas al lápiz y al papel expresando todo el sentimiento torero del poeta.  Y éste, mi pequeño homenaje al magnífico cirujano, ha acabado con una oda a las manos, a esa increíble humanidad que hay en ellas, y que Miguel Ángel Rodríguez Pinto acertó a destacar ayer como lo sublime en el ser humano y como dedicatoria a sus alumnos, entre ellos, mi hija,  “las manos”, claro, “las manos”, “no lo olvides hija”…...